lunes, 4 de junio de 2007

Variedad patriarcal. Segunda pandemia

Los caballeros que volvieron de las cruzadas llegaron a Europa con una mentalidad algo diferente. En Tierra Santa conocieron a guerreros que vivían en palacios lujosos, rodeados de riquezas y refinamiento sin perder ni un ápice de combatividad.
La nobleza empezó a preferir los juegos, las danzas y otros tipos de distracciones a la guerra. Empezaron a gastar más en diversión y menos en prepararse para la guerra. Poco a poco empezaron a requerir los servicios de artesanos y comerciantes, antes considerados como villanos indignos de su consideración.
Esta preferencia por el lujo le sirvió al rey, “il capo di capi”, ir atrayendo como moscas a la miel, a los nobles más poderosos. Poco a poco se fueron formando las cortes reales donde antes hubo “cortes de amor”. La concentración cada vez mayor de nobles ricos y poderosos dio lugar a un rápido desarrollo de la burguesía circundante, encargada de fabricar o importar los objetos necesarios.
El sistema sociopolítico, a pesar de continuar siendo patriarcal, no pudo volver a la situación inicial. Ahora, la concentración de nobles obligaba a adoptar un comportamiento mucho más fino y educado. La violencia de los primeros tiempos dejó paso a la cortesía, un campo en el que las mujeres estaban en mejores condiciones de igualdad.
La alta nobleza se izo cada vez más dependiente del poder real. Conforme este, en alianza con la naciente burguesía, se reafirmaba, aumentaba el control sobre los nobles que cada vez se hacían menos levantiscos. La agresividad de la Edad Media dio paso a las maneras cortesanas de los siglos XVII y XVIII. Ahora no era el más fuerte o el más audaz, sino el más diplomático quien conseguía los favores del Rey.
Con este cambio las mujeres tuvieron oportunidades de avanzar en la reivindicación de sus derechos. Las mujeres continuaban sujetas a sus padres o maridos, como lo habían estado siempre. Sin embargo, los modos y costumbres de palacio les dejaban un margen de maniobra que antes no habían tenido.
La máxima expresión de esta redefinición del poder entre los géneros se dio a finales del siglo XVIII, cuando muchas mujeres – siempre de las clases altas – tuvieron acceso a la cultura y se implicaron plenamente en la Ilustración. Mujeres de la nobleza y la alta burguesía practicaban una sexualidad muy alejada del modelo imperante, abrían sus salones a los filósofos e intervenían en política de forma muy notable.
Durante este período puede ya hablarse de ideas feministas. Mary Wollstonecraft publica “Vindicación de los derechos de la mujer”, mientras Olimpia de Gouges encabeza el movimiento contestatario en Francia. La primera muere de forma natural, la segunda decapitada.
Con la llegada de Napoleón se cortan de cuajo las aspiraciones feministas, su famoso código niega los derechos de las mujeres. Y a aquí paz y después guerra, mucha guerra.
Las cosas se pusieron aun peor con la derrota de Francia y el restablecimiento del Antiguo Régimen en toda Europa. Porqué el retorno de las cortes no supuso una vuelta a la situación anterior. La mujer perdió incluso el poder que había conseguido durante el periodo de la Monarquía Absoluta.
En este proceso tuvo mucha influencia el virus romántico. A finales del siglo XVIII empezó a recorrer Europa el irracionalismo. Era una reacción contra los valores ilustrados de la razón. Se trataba de convencer a los seres humanos de que la vida auténtica consiste en dejarse llevar por el “destino”.
Si una cosa pasa es porqué tenía que pasar y nada podemos hacer para remediarlo. Un pensamiento terriblemente útil para los poderes de la época. Así se promocionaba la resignación y el acriticismo. Y, de paso, se mantenía el statu quo. Si somos muñecos del destino, ¿para qué la revolución?
Las mujeres debían pues conformarse con su destino de dulces y delicadas criaturas, expuestas a los vaivenes de la vida. Resignarse a morir de tisis, a languidecer esperando al caballero de brillante armadura, a caer en brazos de maltratadores o vampiros.
Esta segunda pandemia tuvo unos efectos devastadores sobre la condición de la mujer, porqué la relegó a figura decorativa, a simple espectadora de la Historia, durante más de cien años.