jueves, 18 de octubre de 2007

Necrofilia de pasarela

La infección romántica de la mente conduce con frecuencia a aceptar el estatu quo. Este conservadurismo no es consecuencia de una reflexión racional sino en una suspensión temporal – quiero creer que temporal – de la capacidad crítica de las personas. Si no soy incapaz de criticar de forma racional jamás podré plantear una alternativa poderosa a cualquier injusticia social.
En una época donde se ha impuesto la visión romántica de la vida a través de poner en un pedestal a las emociones – y no los sentimientos – no es de extrañar que la moda se haya visto afectada por el malvado virus.

Al patriarcado le ha convenido siempre la pasividad de la mujer por eso la ha querido siempre callada y sumisa, incapaz de manifestar sus deseos. En el siglo XIX elevó a modelo de feminidad a la mujer tísica, consiguiendo que su aspecto macilento llegara a ser considerado como ideal de belleza.
En una época de pública y manifiesta misoginia quedaba patente, a través de la adopción de tales modelos de belleza, el miedo de los hombres a la mujer sana, capaz y activa. No en vano muchos antropólogos consideran que el origen del patriarcado se encuentra en el temor del hombre hacia el poder engendrador de la mujer. Un temor que se transformó con el tiempo en fobia y que dio lugar al sexismo en las sociedades primitivas.
Ahora, en pleno siglo XXI, parecemos haber regresado a tiempos pasados al menos en lo que concierne a la moda. No me referiré aquí a ese programa de la televisión donde se practica el sadismo emocional con adolescentes . No es necesario insistir sobre su carácter destructivo sobre la moral de las concursantes y su efecto pernicioso sobre los espectadores, basta con ver un programa para darse cuenta.
Me refiero a los desfiles de moda donde aparecen maniquíes – me resisto a utilizar la palabra modelo para definirlas- con cuerpos dignos de Buchenbald o Auschwitz y con expresiones propias de cuerpos en tanatorios o salas de autopsia.
Hace un tiempo me preguntaba porqué las maniquíes de pasarela nunca sonríen. Al parecer lo tienen rotundamente prohibido. Es algo excepcional porqué normalmente se les pide todo lo contrario. Al anunciar una marca de leche o al asistir a un congreso en calidad de azafata, la sonrisa es imprescindible. Algo por otro lado natural, si uno quiere vender un producto tendrá más posibilidades adoptando una actitud alegre y cordial que si pone la típica cara de cabreada altiva que ellas muestran en la pasarela.
Entonces, ¿por qué esa mueca? Una posible explicación puede estar en la deriva hacia un ideal de belleza femenino poco saludable , cuando no cadavérico, que se viene observando desde los años 90. Los maquillajes imitan cada vez más el aspecto de los muertos y las chicas se van pareciendo a espíritus etéreos dignos de protagonizar una novela de gótica.
El virus romántico ha infectado la mente de diseñadores y maquilladoras hasta tal punto que no pueden consentir el desfile de mujeres de carne y hueso. Como hemos visto en otras ocasiones el romanticismo es un aliado del patriarcado, al patriarcado le interesan las mujeres pasivas. Y, ¿qué hay más pasivo que un cadáver?
Esta actitud consigue aunar la tendencia a promocionar la pasividad femenina propia del machismo con el ansia necrofílica del romanticismo. Así todos contentos, menos las miles de mujeres que pasan hambre para conseguir un cuerpo que nunca tendrán y que si llegan a lograr las llevará a la enfermedad, cuando no a la muerte.