lunes, 16 de febrero de 2009

El principio de Eva

Confieso que hasta hace unos días yo vivía sumido en el más absoluto de los engaños. Creía sinceramente estar ayudando a la población femenina es su lucha por mejorar las condiciones de vida, a superar miles de años de explotación y a liberarse de las cadenas del Patriarcado. Pensaba que estaba luchando por propiciar unas mejores relaciones entre los seres humanos basadas en el respeto, la igualdad y el cariño.
Así pensaba yo hasta que vi la luz. Eva Herman y su libro “El principio de Eva” me abrieron los ojos. Fue con su lectura como me di cuenta que había sido seducido por el canto de sirena de cuatro feministas criptolésbicas. Había caído en el pozo de la desmasculinización y perdido mis referentes de hombre. Mi virilidad estaba hecha pedazos. En poco tiempo me vería meando sentado bajo el yugo de furibundas marimachos.
Y todo ese sacrificio para nada. Porque según la escritora el Movimiento Feminista no había traído más que desgracias a las mujeres. Antes – y no lo sabía, lo juro – vivían en el paraíso doméstico, aisladas de la crueldad competitiva del mundo laboral. Eran tratadas como reinas y podían desarrollar su instinto maternal, educar, criar a sus hijos, charlar con las vecinas, ir a la peluquería o comprar las provisiones en el supermercado eran algunos de los placeres de los que ya no gozan las mujeres en la actualidad.
El resultado de toda esa revolución sexual han sido familias desestructuradas, mujeres estresadas, niños con Síndrome de Alienación parental y miles, millones de hombres desorientados. Hombres castrados.
Bueno, supongo que quien me conozca habrá captado la ironía de las palabras expuestas hasta ahora. Ni el libro me gustó, ni me gusta la ideología de la autora y mucho menos sus soluciones.
Si hablo de él es para mostrar cómo el virus romántico actúa sobre las personas cuando carecen de defensas ideológicas suficientemente fuertes. Dificultades o retrocesos en el avance social pueden hacernos pensar en que el esfuerzo de generaciones anteriores por cambiar las cosas ha sido en vano. Es entonces cuando actúa el virus romántico. Idealizando esos tiempos pasados nos hace pensar en la necesidad de volver a prácticas y usos ya superados.
Ocurrió después de la Revolución Francesa, precisamente en el llamado periodo Romántico. Fue entonces cuando se creó esa concepción de la Edad Media llena de nobles caballeros dispuestos a batirse por honor y damas desvalidas ansiosas por caer en sus brazos. La Nobleza, desbancada del poder por la burguesía, intentaba convencer a los perdedores de la Revolución Industrial de la necesidad de volver al Absolutismo. El virus romántico contribuía a promover la involución infectando las mentes de las personas.
El Movimiento socialista, por su parte, intentaba crear una alternativa más justa sin volver a las instituciones medievales. En su himno más emblemático: La Internacional, puede leerse un canto al progreso frente a los involucionistas.

Una de sus estrofas dice así:
El pasado hay que hacer añicos.
Legión esclava en pie a vencer.
El mundo va a cambiar de base,
los nada de hoy todo ha de ser.
En estos tiempos posmodernos abundan los nostálgicos del patriarcado. Aprovechando el justo malestar de muchas mujeres, cuyas expectativas no se han visto cumplidas, intentan seducirlas para que abracen las viejas ideas, vuelvan a sus roles clásicos y renuncien a los logros conseguidos durante los últimos años del siglo XX.
Es natural que mucha gente se sienta defraudada, pero ese desanimo no es consecuencia de lo ya conseguido. Es fruto de un proceso detenido y algunos aspectos cambiado de dirección. La solución no está en que las mujeres vuelvan a ser como nuestras abuelas, está en conseguir la igualdad real entre los sexos. Es necesario hacer oídos sordos a los cantos de sirena de la caverna, vacunarse contra el romanticismo y avanzar hacia mayores cuotas de progreso social.