lunes, 17 de diciembre de 2007

El mito de la media naranja

Creo que empiezo a entender
(despacio, despacio comienzo a entender)
Nos deseabamos desde antes de nacer
(te siento, te siento, te siento estremecer)
tengo el presentimiento de que empieza la acción
(adentro, adentro te vas quedando)
y las mujeres somos las de la intuición.
Asi, estoy dispuesta a todo
Shakira

Tal y como expliqué en la entrada dedicada a los mitos del Amor Romántico, este virus encuentra lugares de anclaje muy efectivos en conceptos asumidos desde la más tierna infancia. Es a través de ellos como el virus consigue hacerse con nuestra mente y canalizar nuestra energía hacia la consecución de objetivos inútiles o perjudiciales.
El origen de este mito se remonta a la antigüedad clásica y se atribuye a Platón el mérito de haberlo utilizado como argumento justificador de la atracción erótica. Según el filósofo explica en su obra “El banquete”, en un origen éramos seres andróginos. Esto significa que teníamos una parte masculina y otra femenina. Pero por un azar del destino o por sadismo de los dioses, no se sabe bien, fuimos divididos en seres masculinos y seres femeninos. Desde entonces buscamos la parte que nos falta en los miembros del otro sexo. Y, cuando la encontramos gozamos de una unión feliz, placentera y eterna.
El cristianismo y el romanticismo después, cambiaron la unión corporal original por una más espiritual. El argumento se fue transformando y el ser mítico poseedor de los dos sexos en dos almas gemelas que tras encarnarse en la tierra se buscan para formar una pareja también feliz, placentera y eterna.
Este es, cuanto menos, un engaño en si mismo. Se trata de un argumento cuya validez es imposible demostrar porqué siempre se cumple. Si encontramos a una persona con la que nos sentimos felices consideramos tal situación como una prueba de la existencia de nuestra alma gemela. Si andando el tiempo cortamos con ella, esta circunstancia se convierte en prueba evidente de que no era nuestra media naranja. Independientemente de si encontramos o no encontramos nuestro complementario, no vamos a dudar nunca de su existencia.
Y es precisamente aquí donde encuentra el virus romántico su lugar de anclaje. A partir de este concepto consigue establecer un mecanismo que hará eterna, no la relación con la persona adecuada, sino su búsqueda.
En realidad nos coloca el “caramelo” haciéndonos creer en la facilidad a la hora de establecer el vínculo. Si esa persona es mi alma gemela no es necesario que me esfuerce en conocerla o en aceptarla como es. Como dice la canción: “nos deseamos desde antes de nacer”.
La creencia en un perfecto acoplamiento a la primera gracias al destino, a la química o a una existencia anterior a la actual, nos quita el sentido de responsabilidad. No podemos sentirnos responsables de fuerzas tan poderosas, colocándonos así en una posición a moral. No estoy con alguien por haber hecho una elección, son circunstancias ajenas a mi persona las que me han llevado a tal situación.
Convertir una elección basada en valores – todas lo son- en algo involuntario es perfecto para la conservación del orden vigente. Las personas que son conscientes de sus elecciones morales pueden llegar a cuestionar las normas y eso nunca les ha gustado a las clases dominantes.
La agradable euforia que se origina cuando establecemos una relación, sobretodo al principio, puede llevarnos a considerar el encuentro como algo mágico. Ante un acontecimiento de este tipo es fácil aceptar mitos como este de la media naranja. Si además observamos en el discurso social una ausencia total de crítica al respecto, cuando no un apoyo más o menos velado a través de novelas, películas y espacios televisivos, es normal acabar aceptando el mito de la media naranja y caer en riesgo de infección grave.
Todos podemos caer presas de sentimientos irracionales y ser presas del virus romántico, pero en determinados ámbitos sociales poseemos mecanismos mentales que actúan como defensas ante tal amenaza. El ámbito económico es un ejemplo: Si acudiéramos a un banco en busca de un préstamo argumentando que hemos decidido aceptar como socio a una determinada persona, basándonos únicamente en la fuerte convicción de que conocemos a esa persona desde antes de nacer, lo más seguro es que nos de unos golpecitos en la espalda y nos recomienden visitar a un psiquiatra.
Si, por el contrario, justificamos el haber elegido a nuestra pareja basándonos en el mito de la media naranja, obtendremos seguramente la aprobación de los otros cuando no la admiración emocionada por demostrar tal grado de sensibilidad.
Elegir la pareja en base a un argumento tan alejado de la realidad es como sacar un billete con destino a la frustración. Los vínculos se establecen y se mantienen mediante un esfuerzo de diálogo y comprensión del otro. Ninguna leyenda, por muy bonita que sea, puede sustituirlo.