jueves, 12 de abril de 2007

El romanticismo es necrófilo


Soy consciente que esta afirmación puede sorprender. Pocas personas se dan cuenta, a primera vista, de este particular. Sin embargo, una reflexión más atenta no deja lugar a dudas.
Todas las novelas, canciones, discursos - chistes románticos no hay - o poemas hacen alusión directa a la muerte. Y no me refiero solamente a esas historias donde existe un final trágico y sanguinolento, Romeo y Julieta por ejemplo. También en narraciones de final feliz hay algún momento de necrofilia evidente.
Fijémonos en las letras de los boleros. En la inmensa mayoría los protagonistas "se mueren de amor", "se mueren por la persona", "se van a morir si los dejan" o "no pueden vivir sin ella", que según todos los estudios cientifícos equivale a palmarla.
Esta variante mutagénica del virus, la pronecrofílica, ha penetrado tanto en neustra cociencia que llega a ser casi un delito no manifestar la propensión al suicidio cuando uno siente amor o cariño por una persona. En lugar de disfrutar de su presencia y disfrutar de la vida en su compañia, los promotores del romanticismo, nos incitan a anticipar desgracias y padecimientos.
Pocas personas mueren por amor. Se entristecen, incluso se deprimen, pero no se mueren. Es más, el sentido común nos dice que si a una persona le ocurre eso, es porqué tiene un problema. Pero lo románticos se esfuerzan por hacer ver al resto del mundo lo contrario: si no mueres de amor es que no eres persona y tienes un problema

miércoles, 4 de abril de 2007

El movimiento gótico



El viernes 30 de marzo, el programa crónicas emitió un reportaje sobre el estilo de vida gótico. Dicho documental empezaba con una frase contundente: “Francia, mediados de 1800. Un movimiento antisocial de estudiantes y obreros malvivía dominado por el sistema establecido. Maquillaron sus caras de blanco y se vistieron de negro, como ángeles negros, para escarmiento de aquella sociedad que tanto los oprimía”.
Ante esta presentación uno se imagina a Napoleón III escondido tras los muros de su palacio, atemorizado por la inminente caída de su imperio en manos de este potente movimiento revolucionario. Esto nunca sucedió porqué nunca fueron una amenaza para el sistema. Como tampoco lo son ahora.
Este movimiento – ahora cualquier agrupación de más de dos o tres personas con ideas raras, se considera movimiento social -, como otros intentos contraculturales no amenaza lo más mínimo al sistema capitalista. Todo lo contrario, al crear un estilo de vida, colabora al surgimiento de modas, con la consecuente reactivación del ciclo creación-destrucción tan importante en las economías de mercado.
Por lo que a mi respecta la gente puede adoptar la vestimenta que crea más adecuada, pintarse la cara con los colores que prefiera e ir a los locales que le de la gana. Pero de ahí a creerse un activista revolucionario hay un abismo. Mientras estos jóvenes franceses – pocos obreros debía haber en este movimiento- se pintarrajeaban la cara de blanco y se vestían de negro, otros se organizaban en sindicatos y partidos. Seguramente no eran tan radicales ni llamaron tanto la atención, pero sentaron las bases de un régimen político más justo.

En este reportaje ellos mismos se retratan como antisistema porqué su indumentaria no es la común. Uno de los integrantes llega a decir que se viste de negro porqué estaba de luto por la sociedad. Pero en el mismo reportaje aparece una chica que se ha implantado colmillos, lleva lentillas de colores graduadas, su casa está decorada de negro y terciopelo rojos y además, tiene un ataúd. Una auténtica amenaza para la industria de la estética, la decoración y las funerarias.
En fin, el movimiento gótico es una manifestación más de lo que el virus romántico puede hacer con nuestro cerebro cuando nos hace creer que una actitud estética – perfectamente legítima – es una forma de cambiar el mudo. Así, una forma de protesta, muy válida para llamar la atención sobre determinados ideales, se bacía de contenido y se vuelve una forma de divertirse. Algo totalmente legítimo, pero también totalmente alejado de la mejora social.