miércoles, 22 de septiembre de 2010

Ponerse un bistec en la cabeza no es hacer la Revolución

Una de los grandes timos intelectuales de finales del siglo XX ha consistido en hacer pasar por actos reivindicativos algunos montajes comerciales. Guiados por el narcisismo más descarado cuando no por un espíritu comercial descarado, muchos artistas se han apropiado de causas más o menos justas pera después deshacerse de ellas como si de unos gayumbos gastados se tratara. ¿Dónde está Sting y sus indios del Amazonas?


Montar sólo un numerito más o menos perturbador no es en absoluto cambiar el mundo. Es llamar la atención y punto. Uno es muy libre de intentar llamar la atención cuanto guste y también de recibir el aprecio o el desprecio del personal, pero no es de recibo creerse el Lenin de la revolución amazónica o el Robespierre de la Era de Acuario.

El último espectáculo pseudoreivindicativo lo ha protagonizado la cantante pop Lady Gaga. En la entrega de premios de la MTV del 13 de Septiembre la señora se presentó con un traje de carne.

Por lo que mí respecta como si va en el traje de carne con el que vino al mundo. No tengo ningún tipo de prejuicio sobre cómo deben vestir las personas. Pero por lo de ligar esta pallasada con un acto político, por ahí no paso.

Por que lo realmente escandaloso son las palabras de la estrella en el programa de televisión de Ellen DeGeneres. Ni corta ni perezosa afirmó: “Si no luchamos por lo que creemos y si no luchamos por nuestros derechos, muy pronto vamos a tener tantos derechos como la carne de nuestros huesos”.

Pero ¿Qué nos ha tomado por idiotas? Me pregunto. Seguramente sí, debe pensar que su audiencia está integrada únicamente por los descendientes discapacitados de Homer Simpson. No puedo deducir otra cosa. Por que la alternativa es peor. Si realmente se cree estar haciendo algo por cambiar las cosas, entonces la que desciende directamente de Homer Simpson es ella.

Las personas infectadas por el virus romántico caen a menudo bajo el influjo de espectáculos de índole similar. Su mente, perturbada por la suspensión del razocinio, puede llera a ver a esta tunante como una heroína de los derechos civiles. La nueva Martina Luther Queen blanca dispuesta a dejar la vida por solucionar las injusticias que flagelan el mundo.

Mucha gente puede pasar toda una vida siguiendo a uno de estos iconos mediáticos, malgastando su energía intentando imitar sus actos y pensando que colabora en algún tipo de movimiento social. Justo lo que quiere el virus romántico.

El problema radica en el cambio de la jerarquía. En los años treinta y cuarenta eran los partidos de clase los que lideraban el cambio. Artistas e intelectuales se ponían a su servicio o al menos se coordinaban. Por que eran conscientes que su miópico punto de vista no les permitía apreciar todo el proceso.

A partir de los años setenta y sobre todo los noventa los artistas e intelectuales van por su cuenta. Se llegan a creer la vanguardia del proletariado y montan sus saraos sin pedir consejo a nadie. En su ignorancia muchos confunden la forma con el fondo volviéndose totalmente inofensivos al poder.

Los poderosos, los de verdad se ríen e incluso encuentran graciosos estos espectáculos. Algunos incluso colaboran para darse un “baño de progresismo”, pero en ningún momento consideran una amenaza los jolgorios que últimamente se organizan.

El cambio social se consigue trabajando, muchas veces de forma anónima. Montar una fiesta es sólo montar una fiesta. Y nada más. Es bueno disfrutar del espectáculo estético pero dejar las cosas serias para otro momento.

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