lunes, 9 de julio de 2007

Las tribulaciones de un idiota

Una de las novelas emblemáticas del Romanticismo es “Las tribulaciones del joven Werther” de Johan Wolfang von Goethe. Es una obra maestra y su autor uno de los grandes. Sin embargo conviene tomar algunas medidas profilácticas antes de leerla, tiene un alto título de virus romántico.
Una de las formas más eficaces de protegerse contra esta terrible amenaza es usar el sentido del humor y relativizar mucho las cosas. La literatura romántica exagera el mundo de las emociones, carga de dramatismo sucesos y personajes cuya importancia es, cuanto menos, relativa.
A continuación viene el argumento de la novela con los comentarios de un servidor. Se trata de una terapia que puede ser sanadora si se ha entrado en contacto con el virus – a través de leer la novela – o preventiva si dicha lectura se intenta después. En ambos casos tiene una eficacia relativa, se trata de un virus muy escurridizo.
Antes de empezar me gustaría dejar clara mi admiración por Goethe como novelista. La novela es muy buena desde el punto de vista literario. El escritor consigue despertar emociones favorables hacia el protagonista, un auténtico mequetrefe, algo que demuestra su genio y su arte.
El tal Werther es un joven de casa bien que decide estar unos día en un pueblo ficticio de nombre Wahlheim. En seguida queda maravillado por las “sencillas tradiciones de los campesinos”. Nadie se preocupa por si dichos campesinos demuestran el mismo entusiasmo por tales costumbres, trabajar de sol a sol para conseguir mantenerse en el nivel de subsistencia no deja mucho tiempo para ser refinado. Pero esa era la visión de los niños pijos románticos de la época.
El ocioso Werther no tiene otro trabajo que andar por ahí maravillándose de la naturaleza y se enamora de Lotte, una joven que se encarga de la casa y de sus hermanos tras la muerte de su madre.
La citada Lotte, sin embargo, no está disponible y por lo que veremos en el transcurso de la novela tampoco siente un interés extraordinario por ese “pixa-pins” (del catalán “meapinos”). El joven, en lugar de buscarse otra campesina con la que pasar un buen rato en el pajar, decide amargarse la vida e ir detrás de la chica.
Para estar junto a ella traba amistad también con su prometido. Podríamos pensar que se trata de una treta para seducirla, como hacían los caballeros de la época galante, pero simplemente es una forma de más de mortificarse. Parece un masoquista, aunque a diferencia de estos no disfruta con el dolor.
La pena que le causa el poco interés de la dama por sus encantos le hace aceptar el cargo de dipolmático – ya os dije que era un pijo de cuidado -. Su trabajo no le gusta en absoluto, no soporta a su jefe, el embajador, y está todo el día pensando en su amada. Por lo tanto decide volver al pueblo.
Pero ¡oh aciago destino!, o previsible suceso mejor dicho: Lotte se ha casado con Alberto, ¿con quien sino? Y Werther tiene una nueva oportunidad de sufrir mucho, pero mucho. En lugar de irse del pueblo o dedicarse a buscar otras jovencitas, el chico se instala en una casa cercana a la de la pareja para mantener su “relación” con la chica.
El insiste y, mira por donde, resulta que consigue arrancarle un beso a la muchacha. Este suceso, en lugar de alegrarlo, le produce aun más sufrimiento. Ahora tiene remordimientos porque el marido es también su amigo. En este punto uno no tiene más remedio que pensar: “¿Y que esperabas?”
Antes del Romanticismo la historia hubiese derivado hacia un picante relato de cuernos con marido engañado que no se entera o en una tragedia , donde el marido engañado mata a la esposa y al amante. Pero a finales del siglo XVIII y principios del XIX existe una desmesurada preferencia por los finales estúpidos. Y este, a pesar de estar muy bien escrito, lo es mucho. Tanto como su protagonista.
El marido empieza a mosquearse con las continuas visitas del dichoso Werther y decide prohibir estos encuentros a su mujer. Ella, como cualquier dama de la época, hace caso a su marido y entre lágrimas se despide de su “proyecto de amante”. La chica no tiene tampoco es muy lista, porque muchas damas de su tiempo compaginaban perfectamente una ejemplar vida marital y una gratificante relación erótica clandestina. Pero, y esto es presunción mía, estoy seguro que si hubiese propuesto tal cosa el chaval no hubiese aceptado. Para sufrir aun más, claro.
El muchacho, al ser despedido de aquella manera decide suicidarse y manda su criado a pedir prestadas dos pistolas con la excusa de que debe emprender un largo viaje. Es lo único inteligente que hace en toda la novela, porque viendo su actuación va a necesitar más de un disparo para acertar en su cerebro.
Se intenta suicidar y ni esto hace bien. Como sólo emplea una pistola la bala le da en el cráneo pero no lo mata al instante. Queda inconsciente y sin remedio, pero vivo. Esto permite al resto de personajes llorar su muerte y desesperarse, pero continuar viviendo.
Al final el único que sale perdiendo es el propio Werther, cuya obsesión por el sufrimiento lo lleva a la muerte. Una muerte sin sentido.
Aunque los románticos lo tengan por un héroe, su vida se aleja mucho de ser ejemplar. Los héroes son personas cuyo sacrificio es para beneficio de la comunidad, la muerte de este chaval es absolutamente inútil.
El problema no es la novela en si porqué, vuelvo a repetir, está muy bien escrita. El problema es creer que el modelo de amor representado es el correcto. Lo que tiene el joven Werther no es “mal de amores”, sino flojera mental. Confunde sus ganas de dar sentido a su vida – es un pijo desocupado – con un sentimiento supuestamente incontrolable.
El amor se convierte en une excusa para suspender la razón y así perseguir quimeras inalcanzables, cuanto más inalcanzables mejor. Si Lothe hubiese correspondido a sus deseos desde el principio, el joven Werther hubiese, seguramente, perdido todo interés.
El verdadero amor por una persona no se siente nunca al principio de la relación, es algo que emerge con el tiempo, cuando se han compartido ya muchas experiencias.
Sin embargo el virus romántico interfiere en los procesos mentales impediendo el razonamiento correcto, haciéndonos creer en el “amor a primera vista”. De esta manera desvía nuestros deseos hacia objetivos estériles, inútiles y a veces autodestructivos.
Esta forma de pensar va a ser un gran apoyo para los procesos involucionistas que se darán precisamente después de la redacción de la novela. El Congreso de Viena, donde se decide la vuelta al absolutismo tendrá en el Romanticismo un aliado excepcional. Millones de personas encauzarán sus pasiones hacia ideales alejados del progreso humano y se esforzarán en perseguir “Lothes” de toda naturaleza. Los otro tiempo revolucionarios se convertirán en seres patéticos capaces de jugarse la vida por alcanzar una rosa para su amada pero totalmente desinteresados en los cambio sociopolíticos.
Algo de todo esto me suena a muy actual.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Jordi, muy bien... muy divertido. Espero el siguiente. Un saludo.
Sònia.

Anónimo dijo...

No Estoy de acuerdo